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Fomentar el aprendizaje activo entre los menores refugiados

La exprofesora del PD Margarita Mansola cuenta a IB World cómo la educación cambió las vidas de muchos menores refugiados

Cuando Macedonia cerró sus fronteras en noviembre de 2015, las autoridades griegas transfirieron a más de 1.500 refugiados a Helliniko, un campamento de refugiados temporal y de emergencia situado en el antiguo aeropuerto de Atenas, que quedó abandonado en 2004. Las instalaciones eran mínimas y no había espacio para que los menores aprendiesen o jugasen.

Sin ningún tipo de infraestructura ni orientación establecidas, la organización no gubernamental Danish Refugee Council (DRC) contrató a Margerita Mansola —profesora, asesora educativa y examinadora supervisora de Psicología del Programa del Diploma (PD)— para construir desde cero un programa educativo en Helliniko.

Mansola, quien también había sido profesora del PD en el Geitonas School de Grecia, aceptó el desafío. Como explica a continuación, a lo largo de siete meses utilizó su experiencia en educación internacional y su formación en psicología educativa para crear un programa que rápidamente tuvo un efecto duradero en muchos de los menores refugiados.

“Helliniko era un edificio viejo y sucio, y las familias vivían en tiendas de campaña. Los niños no tenían acceso a ninguna actividad recreativa, educativa ni psicosocial.

Estuve trabajando con un profesor de griego y uno de matemáticas para enseñar a 100 alumnos de entre 6 y 18 años de edad. Las clases se impartían de lunes a viernes, de las 09:00 a las 16:00. Sin embargo, no había un plan específico, sino que se nos dio la libertad de diseñar las actividades educativas.

En lugar de enseñar inglés como lengua extranjera, que es lo que se hace en muchos otros programas educativos para campamentos, consideré que los menores tenían necesidades cognitivas y de aprendizaje más complejas, por lo cual organicé un programa informal de inglés. Dicho programa incluía varias asignaturas interdisciplinarias que animaban a los menores a aprender sobre el mundo que los rodeaba, en áreas como geografía, biología, matemáticas y ciencias sociales. Los tres profesores discutimos las ideas curriculares, así como distintas cuestiones educativas y problemas de los alumnos. Asimismo, planificamos juntos el programa diario y la composición de los grupos.

Como educadora del IB, adopté un enfoque reflexivo de la enseñanza. Todas las clases eran diversas. Los menores procedían de entornos variados, y tenían distintos puntos fuertes, puntos débiles, dificultades, problemas, sueños y deseos. Algunos llevaban más de dos años sin ir al colegio o nunca habían estado escolarizados. A muchos les faltaban una base de conocimientos y habilidades de aprendizaje. Por tanto, era indispensable ajustar con cuidado el material de enseñanza y los enfoques para satisfacer sus necesidades.

Las clases se basaban en una enseñanza diferenciada y en construir la confianza de los alumnos en los profesores y en sí mismos.

Al principio, a los alumnos les resultaba difícil seguir cualquier actividad estructurada. De hecho, se presentaron varios problemas conductuales, cognitivos, interpersonales y disciplinarios.

También se evidenciaron ciertos choques culturales en cuanto al colegio y al aprendizaje. Por ejemplo, los padres no siempre apoyaban el esfuerzo de sus hijos. En lugar de acudir a clase, a menudo a las chicas se les encargaban tareas domésticas y los chicos tenían que trabajar o ir con sus padres al mercado. Asimismo, era muy difícil motivar y mantener la motivación entre los alumnos de 16 a 18 años. Los varones eran más propensos a abandonar los estudios.

Llevó mucho trabajo y horas extraescolares organizar los materiales y planificar las actividades, pero funcionó. Después de aproximadamente un mes, percibí cambios positivos. Los alumnos adoptaron un papel activo en su aprendizaje, y buscaron maneras de avanzar para alcanzar su potencial.

Los más jóvenes aprendieron acerca de imanes y la gravedad en el espacio, además de discutir cuestiones sociales y los derechos de los menores. Los alumnos de mayor edad también aprendieron sobre las biografías de personas importantes que cambiaron el mundo o que progresaron en la vida a pesar de las dificultades, así como sobre historia, cuestiones relacionadas con la segregación, y democracia.

Todos los alumnos llegaron a dominar habilidades de cálculo y lectoescritura en inglés y, al mismo tiempo, desarrollaron un aprendizaje significativo. Su progreso se evaluó de manera tanto formal como informal mediante exámenes que concebí específicamente para cada grupo de edad, basados en los objetivos y resultados del aprendizaje establecidos.

También fue una gran experiencia de aprendizaje para mí. Aprendí a ser menos exigente, pero, al mismo tiempo, a mantener expectativas altas con respecto a todos los alumnos. También descubrí distintas maneras de evaluar el aprendizaje de los alumnos, quienes me recordaron que los jóvenes siempre están motivados para aprender.

Siempre recordaré a una alumna de 14 años que tenía graves dificultades de aprendizaje y problemas de salud mental, y siempre estaba callada. Sin embargo, un día se ofreció como voluntaria para leer en voz alta delante de toda la clase, y lo hizo con fluidez y orgullo. Me costó resistirme a abrazarla.

Como educadora, sé cómo cambian las personas cuando creen en sí mismas y cuando ven y notan que son capaces de aprender y prosperar. Poder verlo con mis propios ojos, día tras día, en todos los alumnos y tan rápido fue una experiencia extraordinaria. Los niños y los jóvenes siempre me sorprenden con su fuerza y potencial, y esta fue la vez que lo vi con más claridad.

Los alumnos se mostraron más felices y confiados en sí mismos, y se sentían orgullosos de sus logros. El programa les aportó cierto grado de normalidad y les ayudó a ver que podían lograrlo, así como a establecer objetivos realistas y a descubrir que con el aprendizaje es posible superar obstáculos que parecían infranqueables.

Desde entonces, Helliniko cerró y los refugiados fueron enviados a otras instalaciones. Sin embargo, antes de terminar de trabajar con DRC, creé expedientes personales detallados de cada alumno en los que se incluían todos los aspectos de sus características personales, cognitivas y psicosociales. Esto, junto con el certificado que expide DRC, les ayudará en su futura vida escolar.

Después de mi experiencia en Helliniko, he trabajado con distintas organizaciones en otros campamentos de refugiados, donde he enseñado habilidades de aprendizaje transferibles para permitir a menores de entre 12 y 14 años escolarizarse en Grecia. También realizo voluntariamente actividades psicosociales con niños en albergues, e imparto clases de inglés a adultos.

Defiendo la educación de calidad para los menores refugiados. Sin embargo, no basta con matricularlos en los colegios públicos griegos. Todo el trabajo realizado se puede perder con facilidad si nos limitamos a ubicarlos en colegios públicos sin prestarles apoyo.

Se requieren programas especiales de recuperación escolar, así como ofrecer a los padres educación acerca de una crianza positiva y cursos de lengua. Intento fomentar el uso de herramientas y promover actitudes que ayuden a los profesores a facilitar la integración de estos alumnos, tal como merecen.

La educación internacional puede ser la respuesta. Muchos menores refugiados deben trasladarse con frecuencia, por lo que, a mi juicio, una educación internacional es la solución más viable y sustentable”.

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