Contribución de Marcel Wälde
Nuestra cultura actual parece estar más apegada a las actividades, ideas y cosas que se pueden medir de alguna forma. Los lectores que estén estudiando o hayan estado vinculados al sector de la educación recientemente pueden compartir esta tesis: si bien hoy en día se anima a los alumnos a desarrollar una serie de habilidades y conocimientos en diferentes disciplinas, los resultados del aprendizaje que tienen influencia en el futuro de un alumno se miden principalmente mediante parámetros numéricos, tales como horas o calificaciones. Si bien muchas universidades tienen en cuenta datos cualitativos en sus procesos de admisión, paradójicamente ejercen una presión asociada a la cuantificación en otras áreas de la vida de los alumnos, más allá del promedio de calificaciones y las puntuaciones SAT. No tiene nada de malo identificar y recompensar los logros; sin embargo, la creciente tendencia hacia la medición de datos cuantitativos afecta a muchas otras áreas, aparte de la educación, lo cual nos inclina a una forma de pensar que presenta dos inconvenientes importantes: subestima la importancia del riesgo creativo en muchos esfuerzos, y malinterpreta el valor que puede aportar el estilo de aprendizaje de las artes y las humanidades al proceso de invención de soluciones.
“En el mundo de la educación, esta cultura generalizada hace que los alumnos consideren cada vez más los grados universitarios como inversiones, en lo que respecta al tiempo y al dinero, para lograr objetivos muy específicos”.
Hace poco tuve una conversación con un artista alemán, Marcel Odenbach, que me dio la oportunidad de pensar sobre esto. Hizo hincapié en cómo los actuales alumnos de arte —y los jóvenes en general— parecen estar más acomodados, pues las expectativas que tienen de sí mismos son elevadas, pero asumen menos riesgos creativos. Obviamente, esto puede dar lugar a creaciones artísticas técnicamente sofisticadas o conceptualmente inteligentes, pero nada revolucionarias. Ahora bien, todo esto suena a que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. Nos gusta creer que, debido a ciertos factores como las nuevas tecnologías multimedia, el mundo ha cambiado de manera considerable. Pero ¿podrían la historia reciente y sus actores pioneros enseñarnos algo sobre la relación entre la innovación y la audacia?
Odenbach ya era mayor de edad en la década de 1970, un momento de grandes cambios sociales y debates más abiertos sobre cuestiones fundamentales en muchos lugares del mundo. La experiencia de esta década debió ejercer un impacto formativo en él: habiendo estudiado arquitectura e historia del arte, no solo cambió radicalmente de campo al convertirse en artista, sino que también empezó a utilizar el video, un medio que por entonces no estaba tan presente en los museos como lo está hoy en día. El enorme riesgo que supuso este cambio es evidente, y tuvo sus frutos para Odenbach, que se ha consagrado como un artista de éxito y se ha dedicado a la enseñanza como profesor.
Las artes demuestran que lo que a posteriori reconocemos como innovaciones que suponen un cambio de paradigma difícilmente podrían haberse planeado y, por lo tanto, casi siempre son obra de individuos que decidieron tomar el camino menos transitado, dispuestos a embarcarse en un viaje experimental y reflexivo verdaderamente abierto. Más o menos por la época en la que Odenbach empezó a explorar el video, la Architectural Association (AA) (en inglés) de Londres (Reino Unido), que aún conserva su prestigio en el ámbito de la educación arquitectónica, estaba atravesando un momento efervescente y turbulento. De ella había surgido Archigram, un influyente grupo de arquitectos alternativos de la década de 1960, y en 1971, cuando Alvin Boyarsky asumió el cargo de presidente, la institución entró en una fase de apertura estructural creativa en la que no había un currículo convencional central, sino un sistema dispar de unidades que competían entre sí, del mismo modo que lo hacían los alumnos que querían estudiarlas.[1]
Una vez admitidos, las actividades que realizaban en las unidades a menudo parecían guardar poca relación con la arquitectura. Más que la charlatanería sobre la creatividad que se ha popularizado en la cultura corporativa actual, este proceso de transformación genuinamente incierto irritaría a la mayoría de los responsables de la toma de decisiones orientadas a la productividad y los resultados de hoy en día, por no hablar de los alumnos. Pero la década de 1970 fue una época nefasta para la arquitectura: sus ideas anteriores parecían haber perdido impulso y su valor añadido para la sociedad se estaba viendo seriamente cuestionado por el público general. Los curiosos experimentos del personal y los alumnos de la AA debieron parecer algo carente de propósito para cualquier mente cerrada y propensa a preguntar “¿dónde está el edificio?”. Al final, sin embargo, esta pedagogía con miras más amplias dio lugar a una generación excepcionalmente productiva de alumnos que, con el tiempo, inyectarían una vida nueva al diseño arquitectónico.
“Aunque la lógica de las computadoras pertenece a las ciencias ‘duras’, los cambios en nuestra conducta para adaptarnos a ellas son culturales”.
La idea del cambio de paradigma no solo es aplicable a las artes. De hecho, el término lo acuñó Thomas Kuhn, un historiador y filósofo de la ciencia, para describir el proceso del avance de los conocimientos científicos. La teoría de Kuhn, que se suele enseñar en el curso de Teoría del Conocimiento (TdC) del PD, sugiere que los avances importantes en los conocimientos no se producen en un sistema ya explorado, sino durante transiciones en las que los supuestos básicos ya establecidos parecen fallar. Podría argumentarse que esto es lo que sucedió en el arte (y, con ciertas diferencias, en la arquitectura) después de la década de 1960, antes de la cual los artistas, en movimientos como el minimalismo, habían explorado y explicado el paradigma del modernismo y su repertorio de formas de una manera enciclopédica. Actualmente, la tecnología ha hecho que nos comportemos de forma similar en respuesta a un paradigma digital, lo cual es evidente en la manera en que organizamos nuestros procesos creativos, nuestro trabajo, nuestra educación y, en términos más generales, nuestros métodos de valoración. Ante la presión general de cuantificar, cada vez nos fijamos más en los números y tal vez no nos preguntemos lo suficiente cómo se llega a ellos o cuál es su significado en contextos más amplios que los supuestos de los modelos que los generan.
¿Por qué comparamos todo esto con las artes, que en la era digital suelen desestimarse por ser una disciplina “blanda”? Porque aunque la lógica de las computadoras pertenece a las ciencias “duras”, los cambios en nuestra conducta para adaptarnos a ellas son culturales. La tecnología de la información por sí sola no puede explicar plenamente nuestra timidez e impaciencia recién adquiridas, ni nuestra dependencia de servicios de comentarios instantáneos para hacer valoraciones condicionadas. En el mundo de la educación, esta cultura generalizada hace que los alumnos consideren cada vez más los grados universitarios como inversiones, en lo que respecta al tiempo y al dinero, para lograr objetivos muy específicos. La manera en que la dirección de las instituciones organiza y evalúa el aprendizaje contribuye a perpetuar esta idea. Como fieles enciclopedistas de la informática, somos cómplices de lanzar todavía más lejos esta red tan pésimamente interpretada, mientras que como sociedad parecemos estar estancándonos en diversos frentes. Desde el medio ambiente hasta la economía, pasando por la política, al parecer somos víctimas de circunstancias que nos superan, mientras que nuestro conocimiento de las posibles soluciones sigue siendo disperso. Más allá de los bucles de retroalimentación a corto plazo, debemos insistir en que el empeño por llevar a cabo experimentos abiertos y mantener una amplitud de miras parece ser imprescindible para el progreso.
“No cabe duda de que los mecanismos de cuantificación ya han ejercido un gran impacto en cómo organizamos nuestra vida cotidiana”.
Siguiendo la línea de mis ejemplos, termino con otra artista alemana de los nuevos medios, Hito Steyerl, cuya obra creativa no surge de la televisión, sino que está firmemente enraizada en la era postinternet. Steyerl tiene especial interés en el poder de las imágenes en los medios de comunicación de masas, y también reflexiona sobre ello en su papel de escritora de textos críticos: en un contexto marcado por el predominio de las cifras, reivindica los recursos del lenguaje como forma de intervenir y abrirse camino en las idiosincrasias actuales del mundo. En las tablas de clasificación, la especulación financiera y los modelos de ingresos de las compañías de Internet, fundamentados en el análisis algorítmico de grandes volúmenes de datos, ella ve la lógica común de la abstracción basada en la teoría de juegos. La difusión de estos modelos en el comportamiento de la sociedad no se basa en la prueba de hipótesis ni en el razonamiento científico, sino en el procesamiento automático de patrones que por sí solos no son más que el ruido de la maquinaria estadística en funcionamiento. “Los juegos son poderosas fantasías generativas”.[2]
¿De qué color es un número? El videoarte de Odenbach, la escuela de arquitectura de Alvin Boyarsky y el interés de Steyerl en tomarse los juegos en serio tienen algo en común: las aventuras originales que pueden cambiar la manera en que se abordan los asuntos a través de las acciones y se reflejan en el pensamiento emergen de espacios de solución cuyas definiciones no se plantean de antemano, sino que contribuyen a ellas conforme se desarrollan. Estos precedentes sugieren que el precio que debe pagarse no es la competitividad o la previsión, sino unos resultados predefinidos que se puedan medir. No cabe duda de que los mecanismos de cuantificación ya han ejercido un gran impacto en cómo organizamos nuestra vida cotidiana. En vista de cómo su impacto en la sociedad ha confirmado nuestra continua necesidad de un pensamiento experimental, por los difusos vínculos que unen los números con los valores, debemos seguir apoyando la idea del aprendizaje como un proyecto abierto.
[1] “AA School of Architecture – History” [en línea]. Architectural Association School of Architecture. Febrero de 2010. <https://www.aaschool.ac.uk/AASCHOOL/LIBRARY/aahistory.php>.
[2] Hito Steyerl. “Why Games?” [en línea]. Conferencia en la Fundació Antoni Tàpies de Barcelona (España). Junio de 2016. https://www.youtube.com/watch?v=iRAAOvcBXrU&index=3&list=PL138f9cgfLCuxp-AjBXwAlTyDeYkNY_qC&t=1761s>.
Marcel Wälde obtuvo el diploma del IB en el American School of Bombay (India) y ahora estudia Historia del arte en la Universidad de Heidelberg (Alemania).