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La tercera fase del voluntariado

Xavier Bofill De Ros, graduado del Programa del Diploma (PD), nos habla de la influencia del voluntariado en su vida. Es la segunda vez que participa en nuestra serie de historias de graduados.

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Contribución de Xavier Bofill De Ros

En agosto de 2012 fui de viaje de voluntariado a Camerún con una pequeña ONG local de Barcelona. Íbamos a colaborar con el proyecto educativo que cada verano organiza la parroquia de Ndu, una pequeña aldea al norte de Kumbo en la región anglófona del país. Sin embargo, la preparación del viaje había empezado meses antes, a principios de año. Reunir el equipo de personas que íbamos a viajar juntos, planificar las actividades y los materiales, asistir a la formación preparatoria que organiza la ONG, y coordinarnos con la parte camerunesa del proyecto. Para muchos de nosotros esta era la primera experiencia de voluntariado internacional. Teníamos todos unas grandes expectativas de aprender y de intercambio intercultural.

“Hoy, años más tarde, aún sigo en contacto con mi familia camerunesa para saber de nuestras vidas”.

El resultado no nos defraudó, el mes fue perfecto. Cerca de 80 niños y niñas de distintas edades participaron en las actividades que organizábamos a diario. Empezábamos el día con algunas clases: matemáticas, geografía y ciencias naturales. Luego continuábamos con la práctica de deportes, juegos y canciones. El intercambio fue mutuo, aprendimos de sus juegos y canciones, y les enseñamos los nuestros. Yo incluso aprendí un poco de lenguaje de signos con una profesora local que apoyaba con los niños y niñas sordomudos. Por la noche nos dividíamos, y vivíamos con algunas de las familias de los niños y niñas que participaban en el proyecto. Este espacio de relación más íntimo con la comunidad hizo que nos pudiéramos conocer más a fondo. Intercambiar historias, hablar de nuestras familias y proyectos de futuro, pero también reír y descansar del día. Hoy, años más tarde, muchos seguimos aún en contacto con nuestras familias camerunesas para saber de nuestras vidas.

De vuelta a Barcelona, todo el grupo pensábamos que nuestra experiencia de voluntariado no podía quedar atrás, sólo en lo que habíamos vivido durante aquel mes. Queríamos empezar lo que le llamamos “la tercera fase”. Habíamos completado la primera fase de preparación y luego la segunda con el viaje. Así que nos paramos a reflexionar en qué más podíamos hacer para que aquella experiencia personal de un grupo de diez personas pudiera tener un efecto transformador también en nuestra comunidad, más allá de la experiencia individual. Esta pregunta nos recordó uno de los documentos que habíamos trabajado en la formación previa al viaje, el relato de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie: El peligro de una única historia. En el relato, la escritora cuenta las dificultades que tuvo de niña para trascender el imaginario sobre África que tantas veces había oído y leído. El fragmento del relato que más me impactó dice lo siguiente:

“Fui una lectora precoz, y lo que leía era la literatura infantil inglesa y norteamericana. También fui una escritora precoz. Cuando empecé a escribir, a los siete años, cuentos con lápiz y con ilustraciones de colores […]; escribía el mismo tipo de historias que leía. Todos mis personajes eran blancos con ojos azules, que jugaban con la nieve, comían manzanas y hablaban continuamente del tiempo: ¡Qué fantástico que hubiera sido un día soleado! Esto, a pesar de vivir en Nigeria y no haber salido nunca. No teníamos nieve, comíamos mangos, y nunca hablábamos del tiempo porque no era necesario. […] Creo que esto demuestra lo vulnerables e influenciables que somos ante una única historia, especialmente cuando somos niños”—Chimamanda Adichie

Relatos similares también se encuentran en nuestra comunidad. ¿Cuáles son las historias que nos contamos a nosotros mismos sobre las sociedades distintas a la nuestra? Inspirados por este concepto de romper con el imaginario colectivo que a menudo se tiene de los países africanos, organizamos una pequeña exposición fotográfica en un centro cívico del centro de Barcelona. La exposición llevó por nombre En la tierra del Limbum, en referencia al dialecto local de Ndu. Buscamos que nuestros vecinos y conciudadanos pudieran apreciar las singularidades de un país lejano, pero también los denominadores comunes que unen a todas las comunidades del mundo. No hubo fotos de grandes paisajes naturales ni estereotipos, sólo fotos hechas por varios miembros del grupo, relatando la experiencia vivida, los momentos de cotidianidad y las personas conocidas. Más tarde también expusimos la misma colección en otras ciudades.

La experiencia también hizo que todos nos involucráramos más en distintas formas de activismo a nivel local. Incluso dentro de la misma ONG, muchos hemos seguido participando en la formación de nuevos voluntarios para su primera experiencia, activismo a través de las redes sociales y en la organización de actividades a nivel local. La experiencia de voluntariado en Camerún también me despertó el interés por conocer más sobre África. Esto hizo que buscara más información más allá de las noticias, leyera más sobre su historia y antropología. Incluso cursé un posgrado en Sociedades Africanas y Desarrollo organizado por el Centro de Estudios Africanos e Interculturales y la Universidad Pompeu Fabra.

Cada año son muchas las personas de todas las edades que deciden dar parte de su tiempo, sus vacaciones de verano o su año sabático, a distintas actividades de voluntariado a través de ONG internacionales. Todas estas experiencias, sin lugar a duda, tienen un valor muy importante de crecimiento personal a nivel individual. Sin embargo, con este pequeño relato de mi experiencia, quiero transmitir la importancia que creo que tiene dar continuidad al compromiso que uno adquiere con el voluntariado internacional a través de acciones a nivel local. Creo que las comunidades de activismo local dan la oportunidad para reflexionar sobre distintos aspectos de la realidad y formular una agenda social de base. De ahí la necesidad de movilizar a nivel local para generar cambios globales, y, como dice nuestro eslogan, “No podemos hacer un mundo diferente con gente indiferente”.

Xavier portrait

Xavier Bofill De Ros recibió el diploma del IB en el colegio Bell-lloc del Pla de Gerona (España). Posteriormente, obtuvo una doble titulación en la Universidad de Barcelona y realizó un máster en la Universidad Pompeu Fabra. Durante el transcurso de su doctorado, trabajó en la ingeniería de vectores virales para la terapia génica. En la actualidad, trabaja en el Instituto Nacional del Cáncer, analizando la función que cumplen los micro-ARN en la regulación génica. En su tiempo libre, le gusta leer sobre ciencia y arte y colaborar como voluntario en ONG locales. Puede conectarse con él a través de Linkedin.

Para conocer mejor a los graduados del Programa del Diploma (PD), eche un vistazo a estas historias de los programas del IB. Si quiere compartir su historia como graduado del IB, escríbanos a alumni.relations@ibo.org. Agradecemos su contribución a las historias del IB y le invitamos a conectarse con nosotros a través de LinkedIn, Twitter y ahora también Instagram.

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