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Cuando era pequeño quería ser estrella de cine

Eduardo Flores Linares, graduado del Programa del Diploma (PD), reflexiona sobre cómo han cambiado sus aspiraciones a lo largo de su vida y anima a los alumnos del IB a hacer lo que les guste. Es la tercera vez que participa en nuestra serie de historias de graduados.

Eduardo

By Eduardo Flores Linares

Recuerdo con nostalgia mis primeros años en el colegio, los primeros amigos, mis primeras notas, las profesoras que nos atendían con cariño cuando recién dábamos nuestros primeros pasos en la vida, los trabajos en los cuales nos conocíamos todos y empezábamos a formar grupos que durarían toda la vida escolar. Recuerdo los juegos que adornaban el patio de recreo y que eran escenarios de nuestras aventuras cuando éramos pequeños. También recuerdo a todas las personas que me ayudaron a afrontar los primeros años del colegio, los que me regalaban sonrisas y el esfuerzo que fui cultivando gracias a la ayuda de mi madre.

Mi madre siempre me empujaba a intentar hacer las cosas lo mejor posible y me incentivaba de muchas formas para lograr lo que necesitaba durante la época escolar. No puedo negar que, en ocasiones, el apoyo de los padres puede ser un poco pesado, pero fue importante durante mi etapa escolar, ya que supuso la ayuda extra que necesitaba muchas veces. Durante mis primeros años en el colegio tenía muchas expectativas, normalmente ocupaba los primeros puestos en mi promoción y mis trabajos eran los mejores. Mi madre era casi siempre el incentivo de esos esfuerzos. Tampoco puedo dejar de lado la labor titánica de mi padre, todos los días trabajando para poder darme la educación que recibí y los valores que hoy en día me siguen guiando.

“Tenemos solo una vida y solo una oportunidad de hacerlo, porque lo que sueñas y lo que quieres se puede hacer realidad si se tiene perseverancia, cariño y amor en lo que se hace.”

Mis amigos fueron también gran parte de mi desarrollo escolar. Me será imposible olvidarlos, a pesar de que muchos de ellos hayan decidido tomar diferentes caminos y ya no estemos en contacto. Aún recuerdo las primeras personas con las que me relacioné durante mi primer año en el colegio. Tampoco se me olvida el primer día, cuando entras casi llorando al colegio y una delegada te acompaña adentro, mientras tus padres se quedan en la puerta. Son muchos recuerdos y muchos sueños que ese pequeño Eduardo tenía en mente cuando empezaba su vida escolar. La mayoría de los niños piensan en ser astronautas, yo quería ser estrella de cine.

Los años pasaron y poco a poco me fui encontrando con nuevas situaciones y experiencias. Los profesores que me ayudaron a acostumbrarme a la vida escolar ya no estaban y ahora la exigencia era mucho mayor. Los cursos de matemáticas siempre fueron difíciles y arduos para mí. Por suerte, tuve profesores que estuvieron al tanto de todo lo que pasaba conmigo y que me ayudaron a progresar en las asignaturas. Los cursos de letras siempre han sido mi fuerte y la escritura fue mi pasatiempo durante gran parte de mi vida escolar. Mi afición por escribir era tan grande que incluso algunos de mis amigos la compartían conmigo y esperaban impacientes recibir el siguiente escrito hecho por mí, independientemente de lo que tratase. Pero mis verdaderos retos escolares comenzaron con los cursos del Bachillerato Internacional, a los que dediqué todo mi esfuerzo. Podía ver cómo mis compañeros se reunían preocupados en la biblioteca y estudiaban juntos. Yo prefería estudiar solo, y mis profesores siempre se ofrecieron a ayudarme y apoyarme para lograr las metas que el Programa del Diploma (PD) exigía. Quizá mi mayor dificultad fue el curso de Teoría del Conocimiento, pero las asesorías que recibí y el apoyo que obtuve resultó más que suficiente para lograr los retos que la asignatura proponía, como el pensamiento crítico y la propuesta de preguntas para nuevas soluciones. Me encantó el proyecto de ayuda social que mi colegio realizó en diferentes lugares con necesidades, ya fuera un centro preescolar en situación de abandono o peligro, o una residencia de niños con problemas médicos. Todo ello me ayudó a ser mejor persona y contemplar la sociedad como algo que podía mejorarse gracias a pequeñas acciones.

Mis sueños fueron variando con creces mientras avanzaba en mi vida escolar y descubría nuevas cosas; aprendía de mis compañeros, de mis amigos y de mis profesores. Fui madurando y lo que un día fue un sueño de ser una estrella de cine se convirtió en querer ser un agente de cambio para la sociedad. En el colegio me enseñaron la palabra trascendencia, todos los días la repetían hasta que finalmente se me quedó como sinónimo de meta de vida. Según el diccionario, la definición más simple de trascendencia es “sobresalir” o “superar”, pero yo la llevó aún más allá: lograr cambios en la sociedad y sin necesidad de ser reconocido por ello, hacerlo porque a uno verdaderamente le nace. San Agustín, patrón de mi colegio, estableció la filosofía de la trascendencia como “todo lo que se encuentra por encima de lo intrínseco de un cuerpo”. Significa crecer, y no sólo en lo espiritual, sino en conocimiento y sabiduría.

“Todo ello me ayudó a ser mejor persona y contemplar la sociedad como algo que podía mejorarse gracias a pequeñas acciones.”

Ahora que estoy en la universidad, no sé si llegaré a ser la estrella de cine que ese niño de 5 años quería ser, pero la etapa escolar me enseñó sin duda lo que debía hacer y donde buscar mi trascendencia. He seguido el camino que yo mismo he trazado para mí y no puedo estar más orgulloso de ello. A fin de cuentas se trata de lo que uno quiera hacer con su vida y su día a día. Tenemos solo una vida y solo una oportunidad de hacerlo, porque lo que sueñas y lo que quieres se puede hacer realidad si se tiene perseverancia, cariño y amor en lo que se hace.

La filosofía de San Agustín siempre me ha ayudado en mi vida. Cuando estuve en segundo de secundaria, opté por dar clases de teatro y me encantó vivir el ambiente con el cual había soñado cuando era niño. Actué un par de veces y aprendí de excelentes profesores. Hoy en día me gustaría seguir con ello, pero teniendo en cuenta además mis nuevas metas de vida y la preocupación social de la cual me hizo el colegio partícipe. Aún recuerdo el talento de muchos de mis compañeros para la música, la danza y el canto: definitivamente es un gran disfrute hacer lo que a uno le gusta verdaderamente y en lo que uno es realmente bueno.

Mi experiencia en el colegio ha sido como la de muchas personas. Quizá haya alguien por ahí que también piense en ser una estrella de cine en algún momento de su vida. Quizá en el camino encuentre una habilidad distinta a lo que quiere y la desarrolle antes de lograr su sueño de niño. No importa. La vida es para disfrutarla y vivirla como mejor queramos, por el camino que deseemos seguir, sea cual sea. Si transcendemos haciendo lo que nos gusta, seremos felices.

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Eduardo Flores Linares es un graduado IB del Colegio San Agustín de Lima, Perú. Actualmente, se encuentra cursando la carrera de Gestión en la Pontificia Universidad Católica del Perú. El se identifica como alguien que busca constantemente un cambio positivo en beneficio para la sociedad, un estudiante de por vida y una persona confiable. Cuando él no se encuentra en discusiones sobre como mejorar el nivel de calidad de vida alrededor del mundo, lo encontrarás pasando buenos momentos con sus amigos. Lo puedes encontrar en su LinkedIn.

Para conocer mejor a los graduados del Programa del Diploma (PD), eche un vistazo a estas historias de los programas del IB. Si quiere compartir su historia como graduado del IB, escríbanos a alumni.relations@ibo.org. Agradecemos su contribución a las historias del IB y le invitamos a conectarse con nosotros a través de LinkedIn, Twitter y ahora también Instagram

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