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Aprendizaje práctico: el IB y el camino al bilingüismo

Hemos invitado a un grupo de graduados del Programa del Diploma a que reflexionen sobre cómo ha sido su vida después de su etapa en el IB y den su opinión sobre temas de su elección. Jasmine Jackson-Irwin es una de las autoras colaboradoras del grupo de exalumnos de este año. Su artículo es el primero de la serie. 

Contribución de Jasmine Jackson-Irwin

Jasmine Jackson-Irwin nació en Carolina del Norte y obtuvo el diploma del IB en el Parkland Magnet High School.

Jasmine Jackson-Irwin nació en Carolina del Norte y obtuvo el diploma del IB en el Parkland Magnet High School.

Recuerdo el momento exacto en el que empecé a hablar alemán. Tenía 18 años, hacía tan solo cuatro meses que me había graduado en secundaria y acababa de mudarme a Dresde (Alemania) para realizar unas prácticas profesionales. Cuando no llevaba más de seis semanas en mi nueva casa, el padre de la familia con la que me hospedaba charlaba con un amigo sobre las últimas elecciones en la mesa del comedor. Seguí la conversación atentamente, fijándome en los complejos matices del dialecto regional. El amigo planteó al padre una afirmación controvertida y, en lugar de callarme, se la rebatí con una sucinta respuesta en tono de broma. Ambos respondieron riendo amistosamente.

Que alguien se ría de tus chistes puede parecer un deseo trivial, pero cualquiera que haya intentado aprender una segunda lengua sabe lo difícil que resulta comunicar ideas sencillas, por no mencionar el humor. Y aunque el momento más memorable de mi aprendizaje de una lengua extranjera se produjo fuera del colegio, se gestó en un pupitre de una clase de sexto.

Al igual que todos los alumnos del Programa de los Años Intermedios (PAI), me pasé el primer año del programa lidiando con unidades trimestrales de las principales lenguas extranjeras. Como Ricitos de Oro, busqué mi sitio en el francés y el español, pero me resultaban lenguas demasiado cómodas y familiares. Cuando llegó el turno del alemán, me enamoré de su dificultad y el desafío que me planteaba. La complejidad de la gramática y la pronunciación de (lo que parecían) palabras compuestas interminables me alentaron con el propósito de lograr lo que entonces parecía algo imposible: hablar con fluidez.

Sabía que dominar el alemán me exigiría incontables horas de estudio, paciencia conmigo misma y tolerancia a los errores. Y lo que es más importante, dadas las exigencias del currículo de lenguas del IB, sabía que tenía que hacerme a la idea de trabajar en el aprendizaje de la lengua durante toda la etapa de secundaria. A los 11 años jamás me habría imaginado hasta qué punto el aprendizaje del alemán influiría en mi educación y mi vida después de graduarme en el IB.

En el PAI tuve la oportunidad de centrarme en los aspectos básicos de la adquisición de lenguas antes de enfrentarme a los trabajos de clase más exigentes de Lengua B del Programa del Diploma (PD). Me pasé los dos últimos años de mi etapa en el IB analizando textos de mayor complejidad, peleándome con ejercicios de gramática y trabándome en los exámenes orales con mi instructor (cuya paciencia sigo agradeciendo). Pero a pesar del esfuerzo o las innumerables horas de estudio para cada examen, me quedo con la parte más interesante de aprender otra lengua: llegar a acordarte de aquella palabra que nunca te venía a la cabeza, relacionar el área temática de una noticia alemana con un tema estudiado en otra asignatura o tener mi primer sueño en una lengua distinta a mi lengua materna. Fueron esos momentos los que me permitieron comprender realmente lo que confiere al currículo del IB un carácter tan único y cómo esta experiencia de aprendizaje diferente influiría en mi futuro.

Según el sitio web del IB, el curso de Adquisición de Lenguas del PAI plantea un desafío lingüístico y académico para disfrutar de una experiencia educativa lo más enriquecedora posible. En agosto de 2009, recibí los resultados de mis exámenes del PD y la noticia de que me habían concedido el diploma del IB. En ese momento estaba en Atlanta preparando mi visado para trasladarme a Alemania. Fue una feliz casualidad: culminar tantos años estudiando una lengua y una cultura en clase con un viaje a otro continente para experimentar de primera mano lo aprendido.

Meses después de aquel primer momento de revelación en la mesa del comedor, tuvo lugar otro. Estaba fuera de un teatro mientras la nieve caía suavemente sobre mi chaqueta de lana. Charlaba con un grupo de chicas que paseaban por allí. Mientras hablábamos sobre el último álbum de la banda a la que esperábamos, bromeé con lo poco acostumbrada que estaba a ese frío, siendo del sur de EE. UU. Se rieron, pero no de mis chistes, sino de que no se habían dado cuenta de que no era de allí. Sorprendida y extremadamente satisfecha, escuché su explicación. La precisión y exactitud con la que hablaba les habían hecho pensar que era alemana.

Y allí, tan lejos de mi clase y sus tarjetas didácticas y libros de gramática, cumplí el objetivo original de aquella niña de 11 años: hablar alemán con fluidez. El impacto de esa espontánea conversación me acompañó mientras entraba en el teatro. Pese a la distancia de mi hogar en EE. UU., mi mente se acercó al recuerdo de aquella clase de sexto en la que nació mi educación internacional y mi interés por la lengua.


Jasmine Jackson-Irwin nació en Carolina del Norte y obtuvo el diploma del IB en el Parkland Magnet High School. Como alumna de la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill, Jasmine compaginó sus estudios académicos en Ciencias políticas y Literatura alemana con trabajos extracurriculares en los que abordó cuestiones relacionadas con la política local y estatal, la reforma de la justicia penal y la educación internacional. Después de graduarse en Carolina, Jasmine dio el salto a la industria tecnológica y trabajó en varios lugares de EE. UU. Su último destino fue San Francisco. Le encanta leer sobre la industria musical, defender la superioridad de la cocina sureña y bailar en las esquinas de las salas de conciertos del Área de la Bahía.