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¿Ha llegado el final de la corrección? Argumentos a favor (y en contra) del juicio comparativo

Contribución de Antony Furlong

Plantéese la siguiente pregunta:

En una escala del 1 al 10, ¿qué grado de realismo presenta cada uno de los siguientes dibujos de elefantes?

Elefante A

Elefante B


Si planteara esta pregunta a una sala llena de personas, probablemente obtendría una amplia variedad de respuestas para cada elefante. Tal vez usted concedería un 2 al elefante A, pero la persona que se sienta a su lado le otorgaría un 3. Para mí, el elefante B merecería un 9, pero cualquier crítico de arte de la sala podría tener expectativas diferentes sobre cómo debería ser para alcanzar un 9.

La razón por la que obtendríamos tal diversidad de respuestas es muy sencilla. Ya se trate del realismo de un dibujo de un elefante, el miedo que produce la última película de terror que vio o la calidad de un ensayo de Teoría del Conocimiento (TdC), a los seres humanos les resulta difícil asignar valores absolutos a las cosas, y mostrar unanimidad al respecto.

Sin embargo, a la hora de corregir los trabajos de los alumnos, tenemos que hacer precisamente eso.

Por lo tanto, tal vez no le sorprenda que la fiabilidad sea un tema de discusión tan recurrente en la comunidad de evaluación. En el IB, así como en otros organismos de evaluación, se invierte una gran cantidad de tiempo y esfuerzo en garantizar que nuestros procesos permitan lograr un alto nivel de consenso entre los examinadores.

Ahora, si cambiáramos la pregunta original por otra mucho más sencilla, como la siguiente:

¿Cuál de los dos dibujos de elefantes es más realista?

La respuesta sería prácticamente unánime.

Esta idea tan sencilla constituye la base del juicio comparativo. Con el juicio comparativo, los examinadores van recibiendo pares de trabajos de alumnos y solo tienen que decidir cuál de los dos es “mejor”. Estos juicios se combinan posteriormente para crear una clasificación estandarizada, con la que luego podemos generar puntuaciones si lo deseamos. Ya no sería necesario preocuparse de la severidad o la indulgencia, o de si una respuesta merece 8, 9 o 10 puntos; bastaría con diferenciar qué trabajo es “mejor”.

Además de simplificar la tarea de los examinadores, cada trabajo sería evaluado por varias personas. De esta manera, el proceso estaría mucho más basado en el consenso y se reduciría considerablemente el impacto de la opinión de un único examinador en la calificación final de un alumno. Así pues, no es de extrañar que el juicio comparativo haya demostrado su gran fiabilidad en muchos contextos diferentes..

Por el tipo de valoración que se realiza, también se puede sostener con firmeza que el juicio comparativo generará resultados más válidos que la corrección tradicional. Durante mi etapa en el IB, he participado en diversas reuniones donde se han realizado correcciones y, en varias ocasiones, he oído a los examinadores decir cosas como “X es el mejor alumno, pero Y demuestra un mejor desempeño en relación con los criterios de evaluación”. Este problema desaparece con el juicio comparativo.

En un juicio comparativo, los examinadores normalmente tienen que valorar de forma holística qué trabajo demuestra una mejor comprensión de un determinado concepto o constructo, sin detenerse a pensar en qué medida se ajusta cada trabajo a una serie de criterios de evaluación. Por lo tanto, el juicio comparativo nos permite evaluar directamente lo que tenemos entre manos, en lugar de fijarnos en una compartimentación fija e imperfecta, fácilmente transferible a un esquema de calificación o una serie de criterios de evaluación. Esta libertad puede, a su vez, permitir que quienes participan en el diseño de la evaluación creen tareas más abiertas e interesantes, sin preocuparse de cómo será el esquema de calificación que las acompaña.

Sin embargo, no todas las noticias son buenas. Como ya se ha mencionado anteriormente, cada trabajo debe someterse a un gran número de juicios, lo cual obliga a plantearse la viabilidad del modelo en el IB. Además, pese a haber demostrado una respuesta generalmente positiva al juicio comparativo, los docentes y examinadores han expresado sus dudas acerca de cómo se harían comentarios a los alumnos y se realizarían los procesos de consulta sobre los resultados, y en cuanto a la dificultad para explicar cómo se ha llegado a la “puntuación” final. Y aunque son dudas perfectamente lógicas, en este punto es difícil determinar si se trata de brechas insalvables, desafíos que tiene que afrontar el IB para adaptar nuestros procedimientos al proceso, o desventajas que se pueden tolerar si se tienen en cuenta las posibles ventajas (deje un comentario si desea expresar su opinión).

La cuestión es esta: aspiramos a obtener unos resultados más válidos y fiables, pero nos exponemos a afrontar desafíos importantes en torno a los comentarios, las consultas y la justificación de las calificaciones. ¿Debería plantearse el IB utilizar el juicio comparativo?


Antony Furlong es responsable de investigación y diseño de evaluación en el IB.