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El alumno internacional y el eterno invitado

Marcel Wälde se incorpora este año a nuestro equipo de exalumnos colaboradores de 2018 para compartir su experiencia como graduado del Programa del Diploma (PD).

En la imagen superior: Kuthi Bari, la casa de campo de Bangladesh donde Rabindranath Tagore escribió muchos de sus poemas de finales del siglo XIX.

Contribución de Marcel Wälde

Viajar entre diferentes culturas puede crear valiosas oportunidades para el descubrimiento. Pero al mismo tiempo, ser el eterno invitado nos coloca en una posición de vulnerabilidad, e incluso de riesgo. Mi propia trayectoria como alumno de humanidades entre Asia Meridional y Europa ha sido una fuente de inspiración y desafíos que me ha enseñado cómo el cambio en los marcos de referencia puede ayudarnos a ver las experiencias cotidianas y las disciplinas académicas desde una nueva perspectiva, aunque también nos exige un mayor esfuerzo a la hora de comunicarnos con otras personas que pueden no compartir nuestros contextos y premisas culturales. Ser un alumno internacional y bilingüe me ha llevado a preguntarme cuál es mi verdadera lengua y cómo debo pensar.

Tal vez estas preguntas nos hagan tropezar mientras soñamos despiertos, como un pliegue repentino e inesperado en una alfombra que de otro modo sería lisa. Pero si miramos al pasado veremos que, en el mejor de los casos, estas irritaciones propias de la vida itinerante han inspirado nuevas ideas y despertado energías creativas, capaces de alterar lo que percibimos como arraigado e inamovible: los lugares y las tradiciones. El poeta y polímata bengalí Rabindranath Tagore nació en 1861 y, siendo aún muy joven, lo enviaron en un barco de Calcuta a Inglaterra, como era costumbre entre los aristócratas de la época. Su viaje no solo lo llevó a cuestionar las actitudes sociales a su regreso a casa; también es probable que lo animara a asumir un papel de mediador en el encuentro de la India con la modernidad y la independencia, una historia marcada de por sí por la complejidad, las contradicciones y el cuestionamiento de la identidad de cara a una época cambiante.

“La trayectoria vital de Tagore fue como abrir los ojos, la revelación de una abertura que arroja luz sobre algo que lleva mucho tiempo oculto bajo los sedimentos del tiempo”.

Tagore creció en el perímetro confinado de la casa y el jardín de su familia, y sus primeros escritos emanan de una personalidad introvertida con una profunda vida interior. En su libro biográfico My Boyhood Days, escribió: “El escultor que me creó empezó su trabajo con arcilla bengalí. Los contornos irregulares de una imagen inicial tomaron forma. Así fue mi infancia: material puro con poca mezcla”. Parece que, en retrospectiva, Tagore reconoció cómo en su biografía esta “imagen inicial” se completó con acontecimientos que alteraron su percepción previa de sí mismo, como el período en el que estudió en Europa y la confrontación con sus costumbres literarias, artísticas y sociales.

Combinando estas experiencias con sus propios orígenes, en 1921 Tagore fundó el colegio de Shantiniketan, cuya educación se basa en los principios de la expresión artística y la mentalidad internacional. En sus propias obras literarias y artísticas, encabezó la innovación y la reconciliación de las tradiciones locales con el modernismo. La trayectoria vital de Tagore fue como abrir los ojos, la revelación de una abertura que arroja luz sobre algo que lleva mucho tiempo oculto bajo los sedimentos del tiempo. Sus logros culturales contribuyeron a que los bengalíes se vieran de manera diferente y cambiaron recíprocamente lo que podría significar el modernismo, visto más allá de las fronteras. En ambos sentidos, el descubrimiento surgió del reconocimiento de un “otro”. Como Tagore dijo con gran acierto: “En la mayoría de las cosas de vital importancia, mis pensamientos se guían por un principio: que la cifra que representa la creación no es uno, sino dos”

Rabindranath Tagore (1861-1941): Two Figures, 1934, National Gallery of Modern Art, Nueva Delhi.

“El conflicto con la educación itinerante y la fricción con la propia comunidad son dos batallas que los alumnos internacionales conocen muy bien”.

Pese a sus continuos esfuerzos visionarios por tender puentes —no solo para sí mismo, sino también para otras personas—, Tagore no logró sentirse del todo cómodo: ni en Inglaterra como alumno extranjero, ni en su casa de la India con todas sus costumbres tradicionales. En un período posterior de su vida, posiblemente fuera su posición intermedia lo que le suscitó dudas con respecto a las ideas de Gandhi, orientadas a construir una India independiente “volviendo a las raíces” y rechazando buena parte de la influencia de la sociedad industrial occidental.

Estos temas de la vida de Tagore (el conflicto con la educación itinerante y la fricción con la propia comunidad) son dos batallas que los alumnos internacionales conocen muy bien. Incluso en un mundo comparativamente más globalizado como el actual, el cambio del colegio a la universidad puede ser una transición conflictiva, especialmente si uno decide estudiar en otro país. Lo sorprendente es que esto también nos sucede a los que hemos estudiado en colegios internacionales y, por lo tanto, deberíamos estar acostumbrados a los cambios. ¿Cuál es la razón por la que los alumnos internacionales sufren más estrés aunque las universidades los reciban con hospitalidad?

Es posible que a menudo olvidemos que la experiencia de ser diferentes está llena de matices muy sutiles. Los alumnos internacionales pueden hablar la lengua de la clase, pero debajo de eso hay todo un conjunto de predisposiciones compartidas que los demás han tenido toda la vida para aprender sin darse cuenta. Además, a diferencia de los colegios internacionales que atienden a una comunidad itinerante y, por lo tanto, se identifican con la diferencia, las universidades son instituciones que tienden a estar enraizadas en escuelas de pensamiento e ideas de lugar. Jacques Derrida, un filósofo de origen argelino que había sentido la incomodidad de ser un “eterno invitado” en Francia, analizó a fondo estas experiencias en sus textos sobre la hospitalidad. En su desarrollo de la idea de la hospitalidad condicional, Derrida hace hincapié en que la institución anfitriona define los términos por los que se rige la aceptación del “otro”. Estos términos pueden ser normas escritas y no escritas, y tener un nivel de profundidad equiparable al de la propia lengua.

Por lo tanto, no solo las instituciones, sino también las disciplinas como formas de conocimiento institucionalizadas, tienen el poder de excluir, lo cual puede pasar inadvertido si las prácticas a las que estamos acostumbrados siguen su curso habitual. De hecho, mi campo de estudio —la historia del arte— se caracteriza por ello. La filosofía continental del siglo XVIII se consolidó en un marco que creó una definición del arte que contrasta con los conceptos y sensibilidades artísticas de otras culturas. ¿Es posible entonces desarrollar una disciplina que vaya más allá de su propia historia y considere el arte como un producto de todas las culturas? Ahora que se plantean estas preguntas, estoy muy agradecido por lo que los valores del IB me inculcaron en su día.

Además del trabajo de taller de Artes Visuales del NS, por ejemplo, teníamos que estudiar obras de arte de una serie de culturas diferentes para ver el contexto. Siendo yo mismo una especie de “eterno invitado”, mi estudio comparativo del arte indígena y el modernismo se convirtió en una experiencia que me permitió explorar cómo las culturas difieren en su forma de percibir y organizar las imágenes. También tuve que buscar límites: lugares donde no hay explicaciones ni una actitud de apertura y, con ello, sigue habiendo un cierto misterio en torno a lo que no se puede conocer.

“Mi etapa como alumno del PD me sirvió de inspiración para cuestionar los relatos que los historiadores del arte han desarrollado en torno al repositorio de productos visuales… y para entender este cuestionamiento como una forma de trabajo creativo”.

Mientras tanto, en Historia dedicábamos mucho tiempo a discutir cómo, en la búsqueda de la objetividad, la claridad y el equilibrio, los relatos históricos establecidos deben revisarse periódicamente, pues todos los escritores están influidos por las estructuras de poder y creencias contingentes de su contexto temporal y espacial. La manera en que estos valores se filtraban en el aula era muy sutil e impregnaba nuestra conciencia a su paso, pero hoy veo cómo eso me ha marcado. Pese a haber estado expuesto a un canon predominantemente europeo, ya tengo constancia de un mundo más amplio que ha desafiado este concepto de universalidad tan limitado.

Más allá del espacio de diálogo seguro que fomentan los Colegios del Mundo del IB, este mundo más amplio nos enseña que la mentalidad internacional no es algo que deba darse por sentado: lo más frecuente es que tengamos que tomar la iniciativa para cerrar la brecha y ejercer de mediadores. Necesitamos poner en práctica lo que hemos aprendido, en contextos que no solo afecten a alumnos internacionales como nosotros, con el objetivo último de hacer aportes a comunidades cuyas dudas son producto de su arraigo en el lugar, y de cambiar los diálogos locales.

Tal y como escribió Derrida, el invitado, para salir de los confines de la expectativa marcados por el anfitrión, puede guardar las llaves del autoconocimiento de este. No cabe duda de que los alumnos internacionales afrontan desafíos que son una parte integral de sus experiencias y su ambiguo sentido de pertenencia. Pero como demuestran las vidas de Tagore, Derrida y muchos otros, los desafíos de una vida itinerante se pueden entender como oportunidades para cambiar incluso aquellas cosas que parecen estar profundamente arraigadas en la tierra. Mi etapa como alumno del PD me sirvió de inspiración para cuestionar los relatos que los historiadores del arte han desarrollado en torno al repositorio de productos visuales del pasado… y para entender este cuestionamiento como una forma de trabajo creativo.

Marcel Wälde obtuvo el diploma del IB en el American School of Bombay (India) y ahora estudia Historia del arte en la Universidad de Heidelberg (Alemania).

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