Tradicionalmente, la medicina se ha considerado como una ciencia aplicada, pero ¿es acaso algo más que una práctica fría y calculadora basada principalmente en datos objetivos? Aaron Goh, graduado del Programa del Diploma (PD), nos habla de cómo el mundo del arte y el de las ciencias se mezclan en su práctica clínica. Es la segunda vez que participa en nuestra serie de historias de graduados.
“La medicina es tanto una ciencia como un arte: la ciencia está en los detalles, el arte, en el trato con el paciente”.
Siendo un joven influenciable de 16 años, antes de empezar el PD, veía cómo mis amigos se ponían etiquetas: “me inclino más por las ciencias” o “yo prefiero estudiar las humanidades”. Durante mis estudios del IB y los primeros años de la universidad, me di cuenta de que estas fronteras artificiales solo me limitarían a la hora de establecer una relación íntima entre las áreas contrastantes de las ciencias y las artes.
Podría decirse que me inclinaba más por las ciencias y mis profesores me ayudaron a definir mejor ese interés orientándome con paciencia. La opción lógica para mí era estudiar algo relacionado con ese interés científico en la universidad, satisfaciendo a la vez mi deseo de ayudar a la gente de forma práctica. Así, por una combinación de inmerecida gracia divina y casualidad, terminé llevando una deslumbrante bata blanca y recitando el juramento del estudiante de medicina.
Ciencias
Sin embargo, poco después de haber hecho ese juramento, me quedé dormido sobre un libro de inmunología. No era la mejor manera de empezar mis estudios. Comenzamos con un módulo cuyo título era bastante apropiado, “Introducción a las ciencias médicas”, y estudiamos la complejidad de las células humanas. Consideramos los mecanismos moleculares que operan silenciosamente en el trasfondo de lo que pasa en nuestro cuerpo, lo cual nos hizo pensar por primera vez en esos complejos sistemas.
A pesar de la belleza del diseño de estos sistemas, toda esta ciencia no era lo que más me atraía. Los días se me pasaban memorizando detalles y aprendiendo minucias que, honestamente, no me inspiraban. Me uní a los lamentos de uno de mis colegas: “el concepto de un arte médico sigue siendo un misterio latente bajo la avalancha de datos médicos y procesos de enfermedades que tenemos que aprender”.
Lenguaje
Muy pronto empecé el tercer año de medicina y entré en un nuevo entorno de aprendizaje. Las clases ya no tenían lugar en aulas sino en hospitales. Los pacientes eran nuestros profesores. Durante ese año de transición, sentí que el estudio de la medicina era como el aprendizaje de una nueva lengua. A menudo me maravillaba con la manera en la que hablaban los alumnos de cursos superiores y mis profesores, como si fueran miembros de un exclusivo club al que lentamente iba ganando acceso. La jerga técnica salía de sus bocas casi sin esfuerzo (¿alguna vez han intentado pronunciar “esofagogastroduodenoscopia”?). Este tipo de trabalenguas se me hizo cada vez más familiar. En medio de la cacofonía de palabras que todavía no lograba entender, se comunicaba información fundamental: detalles sobre las dolencias de los pacientes, nombres de medicamentos y dosis. No obstante, lo que más me impresionaba era ver cómo esos mismos médicos, que tan solo unos minutos antes hablaban un idioma casi extranjero, podían traducir esa misma información a un lenguaje más simple para sus pacientes. Esto representaba para mí la cúspide de la excelencia en comunicación y un logro nada desdeñable. La comunicación era un arte que debíamos dominar durante los años de nuestra formación. Una herramienta más que tendríamos disponible en nuestras mentes.
Incertidumbres
“La medicina es una disciplina de dualidades: se ubica en el cruce entre la vida y la muerte, requiere habilidades tanto en relaciones sociales como en análisis de datos, y abarca la gama completa de emociones humanas”.
También durante ese año, el arte de la medicina se hizo cada vez más evidente, cuando la ciencia y la lógica no eran suficientes frente a la incertidumbre de los diagnósticos. En una ocasión, una joven llegó a urgencias con un dolor abdominal sin identificar y, a pesar de todos los exámenes, no pudimos encontrar su origen. Tres días más tarde, la enfermedad mostró por fin su rostro y resultó ser un cólico en el cuadrante superior derecho con un aumento en la bilirrubina y señales de inflamación, lo que indicaba una vesícula biliar inflamada (colecistitis). ¿Cómo se habría podido diagnosticar una colecistitis desde el primer día? Ese fue uno de los casos de esa enfermedad más alejados de lo que dicen los libros de texto que jamás había visto. Un alumno del último año apuntó bromeando que “las enfermedades no leen libros de texto”, pero no tenía ni idea de la verdad que encerraban sus palabras.
Estilo
Exactamente de la misma manera en que un artista tiene un estilo propio que define la autenticidad de su trabajo, cada médico defiende su forma única de comunicarse con los pacientes. Un ejemplo de ello son las distintas maneras en que los médicos demuestran empatía: algunos escuchan sin interrumpir, otros expresan compasión a través de sus palabras, y otros demuestran su sinceridad a través del tacto. Algunos utilizan una combinación de las tres.
Estas variaciones estilísticas también se dan en los exámenes médicos. Un colega me corrigió amablemente cuando estaba tomando el pulso de un paciente: “Su técnica funciona, pero así parece más profesional”, dijo, tomándole la mano como para saludarlo, pero con el índice y el anular extendidos, presionados suavemente contra el incesante latir del pulso radial del paciente. Todos dejamos escapar una expresión de sorpresa colectiva, impresionados con la elegancia del médico. Este dominio solo puede lograrse con años de práctica en este arte.
Me considero humildemente afortunado de poder trabajar en un campo en el que se cruzan dos disciplinas muy distintas. En muchos aspectos, la medicina es una disciplina de dualidades: se ubica en el cruce entre la vida y la muerte, requiere habilidades tanto en relaciones sociales y como en análisis de datos, y abarca la gama completa de emociones humanas, de la dicha a la pena. Por eso, la medicina es tanto una ciencia como un arte: la ciencia está en los detalles, el arte, en el trato con el paciente. Estoy agradecido de no haber perdido esa vena artística, ya que me ha ayudado a convertirme en el profesional de la salud integral y eficaz que soy hoy en día.
Me considero humildemente afortunado de poder trabajar en un campo en el que se cruzan dos disciplinas muy distintas. En muchos aspectos, la medicina es una disciplina de dualidades: se ubica en el cruce entre la vida y la muerte, requiere habilidades tanto en relaciones sociales y como en análisis de datos, y abarca la gama completa de emociones humanas, de la dicha a la pena. Por eso, la medicina es tanto una ciencia como un arte: la ciencia está en los detalles, el arte, en el trato con el paciente. Estoy agradecido de no haber perdido esa vena artística, ya que me ha ayudado a convertirme en el profesional de la salud integral y eficaz que soy hoy en día.
Aaron Goh se graduó del Programa del Diploma (PD) en el Anglo-Chinese School (Independent), de Singapur, en 2015. Enseña en la facultad de medicina Lee Kong Chian, en Singapur, y mantiene un profundo sentido de la curiosidad por la condición humana. En su tiempo libre, es voluntario de The Boys’ Brigade, una organización dedicada a dar mentorías y apoyo a jóvenes para su desarrollo. Sobrevive gracias a que duerme siete horas cada noche y, de vez en cuando, toma una dosis de cafeína. Puede ponerse en contacto con él aquí y con la etiqueta @aarongohqy.
Para conocer mejor a los graduados del Programa del Diploma (PD), eche un vistazo a estas historias de los programas del IB. Si quiere compartir su historia como graduado del IB, escríbanos a [email protected]. Agradecemos su contribución a las historias del IB y le invitamos a conectarse con nosotros a través de LinkedIn, Twitter y ahora también Instagram.
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